Horizon Interdisciplinary Journal (HIJ). Volumen 1 (1): 18-24
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Mi perspectiva e historia con COVID-19: una vivencia
cercana a la muerte.
Edith Florez Félix
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Universidad Iberoamericana Tijuana, Av. Centro Universitario #2501 Playas de Tijuana,
22500 Tijuana, B.C. México.
Autor de correspondencia: Edith Florez Félix, Universidad Iberoamericana Tijuana, Av. Centro
Universitario #2501 Playas de Tijuana, 22500 Tijuana, B.C. México. E-mail:
tp1244@correo.tij.ibero.mx.
Resumen. - El 2020 fue un año que cambio mi vida como la de muchas personas en el mundo
a consecuencia de la pandemia por COVID-19. De manera personal cuando adquirí esta
enfermedad, viví momentos personales complicados que dieron inicio con los signos y
síntomas de esta patología y que hoy en día afectan mi calidad de vida. Es para muy
importante compartir esta crónica de vida para dar a conocer mi historia y las estrategias
que me permitieron salir adelante.
Palabras clave: Perspectiva; COVID-19; Enfermería; Cuidados Intensivos.
1. Introducción
A través de la siguiente crónica deseo
relatar vivencia cercana con la muerte
a consecuencia de haber padecido COVID
-19. Estas palabras pudieran resultar
fuertes, pero fueron (y son) parte de mi
realidad, y hoy por fin me siento lista para
contar esta historia. Es para muy
importante que otras personas conozcan
mi vivencia, incluidas las emociones que
me acompañaron durante todo el proceso,
así como el impacto negativo que produjo
en mi persona y familia. Pero más
importante es compartir las estrategias
que me permitieron salir adelante, y estar
hoy aquí redactando esta memoria y
testimonio, pues sé que allá afuera existen
personas que, como yo, sufrieron algo
similar y quiero que sepan que no están
solas, que siempre hay formas de salir
adelante.
Cuando la pandemia por COVID-19
alcanzó a Tijuana, muy pronto los
hospitales del municipio se encontraron
saturados, los profesionales de la salud no
fueron suficientes al igual que el material y
equipo. Saber que las personas, incluidos
compañeros de trabajo, eran
hospitalizados y/o fallecían, sin la
posibilidad de volver a ver a su familia era
algo que me aterraba.
El miedo al contagio y el temor a ser
hospitalizado se podía respirar. A pesar de
que el riesgo era latente, como la inmensa
mayoría de los trabajadores de la salud,
continué realizando mis funciones que
consistían en dar consultoría a personas
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de la tercera edad, -asumiendo, por
supuesto, las debidas precauciones-, ya
que este grupo de población demandaba
atención de salud no relacionada con
COVID. Sin embargo, los cuidados que
tomé no fueron suficientes, ni siquiera lo
fue el hecho de encontrarme
aparentemente sana.
2. Desarrollo
2.1 La consulta
El miércoles 21 de diciembre del 2020,
desperté y mi cuerpo no era el mismo. Me
sentía mal, con síntomas de un resfriado
común, sin embargo, jamás imaginé que ya
presentaba síntomas de COVID. La
intensidad de mi malestar me llevó a la
difícil decisión de acudir a consulta. Al
llegar al hospital, pude ver a una multitud
esperando ser atendida.
En ese momento supe qué la atención que
me iban a otorgar probablemente no iba a
ser la más adecuada. Fue muy duro y difícil
observar la impotencia de mis colegas.
Dadas la sobrecarga laboral, la falta de
conocimiento respecto a cómo tratar la
enfermedad y la escasez de personal e
insumos, se veían en la necesidad de
atender apresuradamente y prescribir
prácticamente el mismo tratamiento con
base a lo que tenían disponible.
En ese momento, me invadieron un sin fin
de emociones, sentí tristeza,
desesperación, frustración, miedo e
impotencia, todo al mismo tiempo. Me
asaltaban recuerdos de cuando yo estuve
en ese mismo hospital laborando, sin
imaginar que regresaría como paciente en
medio de una pandemia. Esta realidad
paradójica me parecía algo imposible de
creer.
Las emociones se estaban apoderando de
mí, cuando de pronto sentí un gran alivio
en medio de mi propio caos vi una cara
conocida. Una amiga enfermera que se
encontraba laborando en el área COVID.
Mi amiga, al percatarse de mi presencia se
acercó, fue muy empática y cariñosa, me
proporcionó apoyo moral y psicológico
que me dieron un poco de calma. Poco a
poco me tranquilicé y fui capaz de ver las
cosas positivas del entorno, como el hecho
de que el área estaba limpia y desinfectada.
Cuando finalmente me consultaron, la
atención que me otorgaron fue como lo
presentía: precaria. Al igual que a las
demás personas, me habían prescrito un
tratamiento como si lo que yo tuviera fuera
un “resfriado común”. Esto propició que
nuevamente me sintiera triste y
desesperada, sobre todo cuando el médico
me dijo: “no es necesario hospitalizarte, ve
a casa”. Acaté las indicaciones médicas,
pero la realidad es que no me sentía bien.
Al llegar la noche, la intensidad de mi
malestar hizo que acudiera por segunda
ocasión a consulta, pero nuevamente no
fue posible quedarme hospitalizada ya que
el médico me informó “No hay camas
disponibles en el hospital para que te
puedas quedar, permanece en casa”.
En ese instante me invadió el miedo de
tener que volver a casa y quizá contagiar a
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mis hijas, pero no tenía alternativa. Ellas, al
saber que no había camas y que mi estado
de salud empeoraba, se encontraban
asustadas y sin saber qué hacer. Al
regresar a casa, ya no pensaba con mucha
claridad, me sentía físicamente mal.
Decidí, como medida de precaución para
mi familia, mantenerme aislada en mi
habitación. Tenía mucha confusión y
miedo, por un lado, sabía que debía ser
atendida, pero no había camas y, por otra
parte, si me hospitalizaban, no sabía
cuándo volvería a ver a mis hijas.
2.2 La visita
Me siento muy afortunada de contar con
personas que se han convertido a lo largo
de los años en amistades muy valiosas,
pero ninguna me dio tantas bendiciones
en la vida cómo el día en que mi mejor
amiga fue a mi casa. Ella también es
enfermera y, a pesar de saber que me
visitaba se podía contagiar, fue a buscarme
para saber cómo seguía y evaluar mi
estado de salud. En cuanto me vio me dijo:
“No puedes quedarte más en casa. Tienes
que ir al hospital. Si no lo haces, tal vez no
sobrevivas a la enfermedad”. Al escuchar
eso experimenté el mayor miedo de mi
vida, jamás había sentido algo similar, pero
sabía que tenía razón.
Tuve que armarme de mucho valor para
poder despedirme de mis hijas, mi mamá y
el resto de mi familia. Entonces subí al
carro de mi amiga y nos dirigimos al
hospital. El trayecto fue muy duro, el
miedo iba creciendo. Ese día ya no regresé
a casa, fui hospitalizada en un espacio en
el que ya no reconocía nada ni a nadie, ya
no era el mismo lugar en el que yo había
laborado y vivido momentos felices con
grandes satisfacciones. En ese momento
todo el personal portaba equipo de
protección y el área de hospitalización se
había convertido en un espacio para
atender de manera exclusiva personas con
diagnóstico de COVID. En el área
reservada se percibía un ambiente de
tristeza y desolación.
Poco a poco perdí la noción del tiempo, no
recuerdo con exactitud cuántos días
habían pasado. La única constante era el
miedo que nunca dejé de sentir, que se
convirtió en terror cuando el 31 de
diciembre, mi estado de salud se deterioró
aún más. Ese día mi mejor amiga, la misma
que me había llevado al hospital, que se
encontraba de jefa de enfermería en esa
área, se acery me dijo: “El médico me
dice que tus pulmones ya no resisten más.
Te tienen que intubar”. Yo senque en ese
instante algo frío recorrió mi cuerpo,
recuerdo que le pedí: “Amiga por favor
supervisa que me den la atención
necesaria, no me quiero morir. Te encargo
mucho a mis hijas”. Cerré los ojos lo más
fuerte que pude y me encomendé a Dios:
“Señor, me pongo en tus manos, toma la
decisión más adecuada para mí”. Ese es mi
último que recuerdo de aquel momento.
2.3 El proceso de vivir o morir.
Quizá parezca extraño, pero durante todo
el tiempo que necesité apoyo respiratorio,
yo pensaba y sentía que mi vida era
“normal”. Como si nada hubiera pasado, mi
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mente fue capaz de crear una vida paralela
donde ni siquiera sabía que estaba
intubada. También hubo momentos en los
que experimente felicidad, miedo y
tristeza acompañadas de llanto. En varias
ocasiones sentí como si “alguien”
presionaba mi pecho. Tuve oportunidad de
“platicar” con personas que ya habían
fallecido; y recuerdo que, en repetidas
ocasiones, “caminé” por los pasillos del
hospital. En general, de acuerdo con los
momentos más significativos que viví
mientras estaba intubada podría
describirlos como “capítulos” los cuales
tengo muy presentes y recuerdo perfecto.
2.3.1 Primer capítulo
El más breve de todos los capítulos,
simplemente caminaba por una calle del
pueblo donde nací (Teziutlán, Puebla)
donde se encuentra una iglesia de la virgen
del Carmen. Lugar donde en ocasiones
llevé a mis hijas cuando eran pequeñas y
solían jugar.
2.3.2 Segundo capítulo
Sostenía una conversación con un médico
que me decía: “Te voy a trasladar a otra
clínica”. Íbamos y veníamos por diferentes
clínicas y hospitales, ya que en todos lados
se negaban a recibirme por estar
“infectada”. Lo que me parecía insólito es
que en esos lugares las personas tenían
forma de frutas.
2.3.3 Tercer capítulo
Me encontraba en un sitio donde había
personas enfermas que me decían:
eres la enfermera que nos va a atender”. El
área parecía como si fuera una película
muy vieja, tanto que, aunque me esforcé,
me fue imposible reconocer el lugar, pero
el lugar parecía antiguo.
2.3.4 Cuarto capítulo
Recuerdo haber muerto y estar inmersa
como una “película”, donde yo podía ver lo
que pasaba a alrededor. Vi a mi mamá
llorando amargamente, mientras mi padre
la trataba de consolar diciéndole:
“Tranquilízate”. Mi madre con ese
comentario se sintió incomprendida y le
decía a mi papá: “No entiendes mis
sentimientos porque no la pariste”. En
ese momento, mi mejor amiga llegó a
decirle a mi mamá: “La voy a llevar a ver el
cuerpo de su hija”. De pronto, todo lo
anterior se esfumó y aparecieron mis hijas
llorando, pero yo no entendía el por qué.
Este capítulo, lo recuerdo con tanta
claridad que todavía me provoca
incertidumbre y tristeza, sobre todo por el
hecho de ver a mi madre desolada.
2.3.5 Quinto capítulo
Allí estaba yo, inmersa en una “pelea “o
“juego” (no lo tengo claro) entre dos
personajes. Uno decía que era un enviado
de Dios y el otro que era enviado del
infierno. Del ganador dependía a dónde
me iba a ir al cielo o al infierno. Fueron
momentos que se tornaron muy raros
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porque me provocaban miedo y
sensaciones que no podría explicar.
2.3.6 Sexto capítulo
Estaba parada en un lugar muy tranquilo
que se asemejaba a un bosque donde había
gente en forma de duendes. Sentí mucha
nostalgia. ¿La razón?, esas personas no me
permitían la entrada porque, decían, que
primero tenía que pasar a
descontaminarme. Sin embargo, en ese
momento apareció un señor que les decía:
“Déjenla pasar, no se preocupen, yo le voy
a poner una medicina y después de eso
podrá convivir con ustedes. Le voy a
asignar un lugar en el que ella pueda
recuperarse y estar tranquila”. En ese
instante, de forma repentina, escuché la
voz de un amigo y de otras amigas que me
habían ido a visitar a ese lugar enigmático.
2.3.7 Séptimo capítulo
El último momento que recuerdo, se sitúa
en el mismo lugar que el capítulo anterior,
donde de manera inesperada una voz
suprema qué me dijo: “No vas a morir, no
te preocupes”. Mientras esa
persona
me
hablaba, yo sentí un jalón muy fuerte en mi
pecho acompañado de una sensación muy
desagradable donde “me iba y no me iba”.
Hoy que esa sensación en el pecho pudo
haber sido la reanimación que recibí.
Probablemente todos estos capítulos son
el reflejo de las emociones que
experimenté antes de ser intubada y en
relación con lo quizá viví, escuché o sentí
estando sedada. Nunca lo sabré con
certeza. Es evidente que el tiempo entre
un capítulo y otro, lo tengo perdido.
Permanecí bastante tiempo intubada,
donde había días en los que parecía que iba
a morir y uno que otro donde me
encontraba estable.
2.3.8 El despertar
Después de tres meses de incertidumbre,
angustia y sufrimiento para mi familia y
amistades, el médico que me trataba habló
con mi familia, le dijo: “Ya no hay nada que
hacer, despídanse de ella, porque ya
hicimos todo lo posible y no está
respondiendo”. Sin embargo, un día antes
de mi cumpleaños número 42, para
sorpresa de todos, pude despertar de la
sedación. Había demasiada confusión en
mi cabeza, me sentía totalmente
desorientada, no sabía quién era, ni qué
estaba haciendo ahí.
Por un momento tuve mucho miedo, pero
me sentí aliviada al “escuchar la voz de mis
hijas”, pero eso era imposible porque
todavía no las dejaban entrar a verme.
Poco a poco me fui percatando de mi
realidad, ¡estaba conectada a un
ventilador, tenía una traqueostomía! A mi
alrededor había muchos aparatos; de
inmediato se me vino a la mente las veces
que en algún momento de mi vida laboral
me encontré en ese mismo escenario ¡pero
yo era la enfermera!, en esta ocasión no,
¡era la paciente!, fue un momento
sumamente impactante.
Ya consiente de mi entorno y de lo que
sucedía, los días se tornaron tan duros y
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complejos que no quisiera volver a vivir
algo así. En mi habitación, entraba un
médico salía otro, iban y venían. Me
tomaban constantemente gasometrías, las
cuales me causaban un dolor muy grande.
Hasta que el 28 de marzo de 2021, el mejor
día hasta ese momento, me avisaron que
me darían de alta, me podía irme a casa.
Fue un momento muy bonito pero lleno de
miedo para mis hijas, porque me iba a ir
con la traqueostomía. En ese entonces no
imaginé lo que representaría irme a casa
con ella, no sabía lo difícil que sería dejar
de depender de ese pequeño orifico para
respirar de manera habitual, ni la ansiedad
o pánico que experimentaría. Ese día las
enfermeras y médicos me que atendieron
por tantos días me despidieron. ¡Por fin me
fui a mi casa!
Durante mi estancia en el hospital siempre
conté con el apoyo de gente que me
aprecia y se mantuvo todo el tiempo
alrededor mío pendiente de mi estado de
salud. Sin embargo, pasé momentos muy
duros y difíciles que no quisiera volver a
vivir. Ni siquiera puedo imaginar lo que
experimentó mi mamá ante mi gravedad y
no poder visitarme en el hospital porque
no estaba permitido. Lo hemos platicado
entre lágrimas y me ha dicho que esta
situación le causó un trauma que recuerda
amargamente.
2.3.9 La recuperación
Pienso que lo más difícil de esta
experiencia ha sido la recuperación. La
razón es que a pesar de que he tenido
sesiones de terapia física y rehabilitación,
así como atención médica especializada,
mi cuerpo quedó con diversas secuelas
importantes, las cuales me limitan a
continuar con mi vida de manera normal.
Ha sido un verdadero reto afrontar y
adaptarme a mi nueva vida. Al ver limitada
mi autonomía, perder el trabajo que tanto
me satisfacía y las actividades que
habitualmente hacía me ha resultado muy
doloroso, a tal grado que me he
cuestionado si fue bueno o no sobrevivir a
COVID.
Desgraciadamente no creo que yo sea la
única que por momentos piense así,
cualquier persona que haya
experimentado una situación similar se
podría cuestionar lo mismo.
He de reconocer que, aunque me ha
resultado difícil, doy gracias a Dios por
haberme permitido vivir. En verdad he
luchado día con día para alcanzar mi
recuperación física, emocional y espiritual.
Y hoy día gracias, a esta memoria
testimonial, he podido llegar a la
conclusión de que si estoy aquí es porque
Dios me lo ha permitido y por algún
objetivo que él tiene para mí. Dentro de las
estrategias que hasta la fecha me han
servido para recuperarme física y
emocionalmente se encuentran la
musicoterapia, meditación profunda,
inhaloterapia y rehabilitación física. En
este sentido, quedó muy marcado en mi
vida el día en que mi terapeuta, como parte
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de la sesión, colocó un espejo frente a
para que yo pudiera verme.
Por un momento parecía no reconocerme,
experimente dolor, sentí que no era la
misma, fue una confrontación muy
impactante para mí. Finalmente fui capaz
de valorar cada logro alcanzado hasta ese
momento, pude establecer que las
pequeñas metas y retos que yo misma me
planteé estaban siendo completados o
bien, se encontraban en proceso.
3. Conclusión
La experiencia que tuve con COVID, ha
sido un hecho qué ha marcado mi vida. Es
claro que no sólo yo he estado en esta
situación, sino un sector de la sociedad.
Sin embargo, de acuerdo a mi experiencia,
me gustaría recomendar que debiésemos
de contar con un fortalecimiento en los
sistemas de salud, dado que esta pandemia
nos ha enseñado que somos personas
vulnerables y que debemos de estar unidos
como sociedad.
También me gustaría que nuestro sistema
nacional de salud revisara la regulación de
las jubilaciones y pensiones. Como ya
mencioné, las secuelas que me dejó el
COVID-19 me imposibilitaron seguir
realizando mi trabajo como enfermera
especialista.
Lamentablemente, la institución para la
que trabajaba resolvió dar por terminado
mi contrato, pero sin ningún compromiso
económico (llámese pensión,
compensación, etc.), lo que ha dificultado
tanto mi sostenimiento personal, como
familiar.
Las instituciones de salud pública, si bien
tienen un compromiso con el
derechohabiente y/o las personas que
acuden en busca de consulta o
tratamiento, tienen un ineludible
compromiso moral (e indudablemente
legal) con el personal que trabaja en la
institución, que es, en la realidad, quien
hace posible que la entidad cumpla con la
función social que el Estado la ha
encomendado. No es la mano de la
institución la que sostiene la jeringa, ni la
que coloca la gasa.
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