mis hijas, pero no tenía alternativa. Ellas, al
saber que no había camas y que mi estado
de salud empeoraba, se encontraban
asustadas y sin saber qué hacer. Al
regresar a casa, ya no pensaba con mucha
claridad, me sentía físicamente mal.
Decidí, como medida de precaución para
mi familia, mantenerme aislada en mi
habitación. Tenía mucha confusión y
miedo, por un lado, sabía que debía ser
atendida, pero no había camas y, por otra
parte, si me hospitalizaban, no sabía
cuándo volvería a ver a mis hijas.
2.2 La visita
Me siento muy afortunada de contar con
personas que se han convertido a lo largo
de los años en amistades muy valiosas,
pero ninguna me dio tantas bendiciones
en la vida cómo el día en que mi mejor
amiga fue a mi casa. Ella también es
enfermera y, a pesar de saber que sí me
visitaba se podía contagiar, fue a buscarme
para saber cómo seguía y evaluar mi
estado de salud. En cuanto me vio me dijo:
“No puedes quedarte más en casa. Tienes
que ir al hospital. Si no lo haces, tal vez no
sobrevivas a la enfermedad”. Al escuchar
eso experimenté el mayor miedo de mi
vida, jamás había sentido algo similar, pero
sabía que tenía razón.
Tuve que armarme de mucho valor para
poder despedirme de mis hijas, mi mamá y
el resto de mi familia. Entonces subí al
carro de mi amiga y nos dirigimos al
hospital. El trayecto fue muy duro, el
miedo iba creciendo. Ese día ya no regresé
a casa, fui hospitalizada en un espacio en
el que ya no reconocía nada ni a nadie, ya
no era el mismo lugar en el que yo había
laborado y vivido momentos felices con
grandes satisfacciones. En ese momento
todo el personal portaba equipo de
protección y el área de hospitalización se
había convertido en un espacio para
atender de manera exclusiva personas con
diagnóstico de COVID. En el área
reservada se percibía un ambiente de
tristeza y desolación.
Poco a poco perdí la noción del tiempo, no
recuerdo con exactitud cuántos días
habían pasado. La única constante era el
miedo que nunca dejé de sentir, que se
convirtió en terror cuando el 31 de
diciembre, mi estado de salud se deterioró
aún más. Ese día mi mejor amiga, la misma
que me había llevado al hospital, que se
encontraba de jefa de enfermería en esa
área, se acercó y me dijo: “El médico me
dice que tus pulmones ya no resisten más.
Te tienen que intubar”. Yo sentí que en ese
instante algo frío recorrió mi cuerpo,
recuerdo que le pedí: “Amiga por favor
supervisa que me den la atención
necesaria, no me quiero morir. Te encargo
mucho a mis hijas”. Cerré los ojos lo más
fuerte que pude y me encomendé a Dios:
“Señor, me pongo en tus manos, toma la
decisión más adecuada para mí”. Ese es mi
último que recuerdo de aquel momento.
2.3 El proceso de vivir o morir.
Quizá parezca extraño, pero durante todo
el tiempo que necesité apoyo respiratorio,
yo pensaba y sentía que mi vida era
“normal”. Como si nada hubiera pasado, mi